martes, 4 de septiembre de 2012
La Vitrola Clásicos: Chinoy - Que Salgan los Dragones (2009)
Chinoy tiene una voz muy particular, que de buenas a primeras no agrada a la mayoría debido a ese tono ambiguo, a ratos chillón que lo caracteriza. Pero que, luego de darle unas cuantas vueltas a su música y a sus letras, se hace agradable y logramos ir más allá de lo superficial. Impregna y encanta con su todo y con eso me refiero a su música, su rock, su punk, su trova, su guitarra enfurecida, su poesía y su voz.
Luego de varios temas sueltos, tocatas y de que su nombre comenzara a sonar en el mundo de la música, Chinoy decide aislarse de todo para dar el gran paso. Que salgan los dragones es el primer y único elepé que ha sacado el sanantonino, en el cual demuestra porqué merece ese espacio de reconocimiento.
“Que salgan los dragones”, abre el disco del mismo nombre, dejando en claro desde un principio quién es él. Un par de manos rápidas que envuelven la guitarra, rascando las cuerdas con furia. El disco continúa con “Klara”, probablemente la mejor canción del disco y me atrevería a decir que es una de las canciones más hermosas del último tiempo, que encanta con su melodía y con su poesía en la cual es capaz de plasmar lo cotidiano de una manera tan bella y sutil que termina seduciendo a quien la escuche.
“Llegaste de flor”, “Leandro”, “Sabrás a tiempo”, entre otras, logran empaparnos del sentimiento y experiencias en las que Chinoy se inspira. Percibimos la calle, la soledad en medio de la multitud, el frío. En resumen, su visión de mundo y la manera en la que él se posiciona.
Con “Levito”, Chinoy termina por demostrar que sabe de música. De una manera muy instintiva, pero sabe componer melodías, sabe sacar partido a su voz y sabe sacar la poesía de aquellos elementos y situaciones que pueden llegar a resultarnos cotidianos, pero que este tipo los plasma de manera tal que nos dejan pensando un buen rato.
Que salgan los dragones es un disco que, por algún extraño motivo, atrapa y envicia, dejando esa sensación de querer más de la intensidad vertiginosa en la que logra envolver a quien lo escucha.
Por María José Silva